El mar de Salomón

El mar de Salomón
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miércoles, 9 de marzo de 2016

Sanctasanctórum



         Decía Virginia Woolf que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas. Estoy de acuerdo. Lo primero no me sobra (como a casi todo el mundo), lo cual convierte el escribir en un ejercicio arriesgado (inviertes tu tiempo y energías en un intangible poco fiable), pero sí dispongo de un lugar propio, que es bastante más de lo que pueden decir muchas personas, incluida alguna con la que convivo. Debo aclarar que no fue el egoísmo lo que me llevó a monopolizar un espacio de mi hogar en detrimento de otros miembros de la familia, sino mis propias circunstancias laborales. Durante muchos años trabajé desde casa y esa habitación propia era mi oficina. Hoy me  dedico  a escribir en esa misma habitación, que ahora se divide en tres ambientes de trabajo. De ellos mencionaré mi preferido, aquel donde se enseñorea la loca de la casa, que es el apodo que Santa Teresa -gran escritora- dio a la imaginación (y el nombre que Rosa Montero dio a su excelente ensayo sobre el oficio y el vicio de escribir).

            Ese lugar es un escritorio grande de principios del siglo XX, chapado en nogal que adquirí en el rastro cuando era joven y que me lleva acompañando más de veinticinco años. Está lleno de cajoncitos y recovecos para albergar documentos y tiene en su parte central un arco sostenido por dos columnas, tras el que se aloja un lugar oculto a la vista de terceros (algo así como el sanctasanctórum) destinado a guardar secretos. Nunca abro ese lugar ni guardo nada en él porque sé que es la habitación de la Loca y le tengo mucho respeto. Mientras la Loca se sienta libre de toda presión permanecerá a mi lado y me ayudará a imaginar historias.  

         La Loca es un poco gata, así que no siempre acude cuando la reclamas, hay que dejarla a su aire y procurar que no se sienta invadida. Pero si la quieres en tu regazo no te queda otra opción que llamarla y mimarla una vez se pose sobre ti. Sabe que si me siento a su puerta es porque deseo que pase un rato conmigo. A veces sale de su sanctasanctórum y me acompaña, y a veces no: es caprichosa. Sé de ella que se aburre si no tiene nada con lo que entretenerse y que la curiosidad la empuja a meter la nariz en mis libros y en mis papeles, por eso siempre la espero trabajando. He comprobado que si ve encendida la luz de la pantalla del ordenador es más fácil que salga de su escondite y se siente en mis rodillas. Me ha dictado una a una todas las páginas que componen mi novela El mar de Salomón
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